lunes, 24 de octubre de 2016

Hola
¿ha empezado ya el curso?
es dónde siempre a la hora de siempre?
gracies
Q

lunes, 12 de septiembre de 2016

Presentación de Hacía un Ruido

Hola gente, el viernes 16 a las 19:30 estaré en Bartleby presentado el nuevo poemario de María Salgado. Luego saldremos por Ruzafa a tomarnos una copa y charlar de literatura así que si tenéis la oportunidad, no os lo perdáis :D.


domingo, 24 de julio de 2016

Correcciones de Verano

Hola chicos, por fin me puedo poner con las correcciones del taller. Si no me equivoco me han llegado cuatro trabajos:

Luisa: Tres Cruces o la Chica sin nombre.

Quique: La historia de un hombre que temía a los parásitos.

Lucía: La asfixia de las cosas.

Ernest: De paseo.

El fin de semana del 30 al 31 los puedo tener corregidos así que, si queréis, podemos corregir la primera tanda esos días y los dos últimos entre la primera semana de agosto.

Los que se quieran apuntar a las correcciones, poned un comentario en el post para que os mande el mail con el lugar y la hora.

Si me dejo a alguien, ponedlo también en los comentarios.

Un saludo.

Fede o Felipe o Pepito.

lunes, 6 de junio de 2016



La despedida del curso el día 2/06/16 en la librería Ramón LLul.
Gracias a Fede y a Almudena por hacerlo en un sitio tan especial.
Estuvimos muy "a gustito". Bebimos, comimos de lo lindo y charramos más si cabe.
Se echó de menos a muchos compis y los tuvimos presentes.

Un placer amigos.
Hasta el curso que viene.

sábado, 28 de mayo de 2016

Merienda de despedida

Hola chicos, el 2 de Junio, jueves, celebraremos la despedida del curso en la librería Ramón Llull a las 18:00. Como habíamos quedado, si alguien quiere traer algo a la merienda, que deje en comentarios si va a llevar bebida o comida para que no sobre de una cosa y falte de la otra.

Un saludo.

Fede o Felipe o Pepito.

jueves, 26 de mayo de 2016

Correcciones

Os dejo las correcciones de las últimas clases. Este fin de semana colgaré el lugar y la hora para la celebración de la despedida el día 2 de Junio.

Ejercicios de Worldbuilding II
Ejercicios pendientes: Miguel V y Esperanza

sábado, 14 de mayo de 2016

El reloj de cuco (Consumismo)


Hacía más de una semana que la voluminosa caja de madera se hallaba frente al número 7 de la calle Las Américas. Cada noche, antes de acostarse, los vecinos apartaban levemente las cortinas y a través de la mínima rendija le echaban un último vistazo para asegurarse de que seguía a la intemperie. La tarde en que se desató un fuerte aguacero, el vecindario entero aguardó con expectación algún movimiento por parte del propietario de la vivienda, pero desde las ventanas, observaron, con una mezcla de impotencia e incredulidad, cómo se iba calando la madera hasta que las letras impresas en el costado quedaron reducidas a una mancha emborronada. A pesar del evidente abandono, algunos vecinos aseguraban haber visto al dueño de la casa recibir al camión de reparto que la dejó delante de su puerta. Desde aquel día permanecía allí, como si estiviera esperando que alguien tomase la decisión de ubicarla en su emplazamiento definitivo. La obstinada presencia de la caja, ocupando un lugar que no le correspondía, provocó en aquel barrio apacible, de casas idénticas, bonitos jardines delanteros y setos cortados milimétricamente, una inquietud que el paso de los días fue acrecentando, gota a gota, en forma de truculentas especulaciones que, rebasados los límites de lo razonable, obligaron al comité de vecinos a poner en conocimiento del servicio de vigilancia ciudadana un hecho tan insólito. Completadas sin éxito las gestiones para localizar al dueño del inmueble, los agentes irrumpieron por la fuerza en el interior de la vivienda. Tras la puerta encontraron un caos de paquetes que había conquistado la mayor parte del espacio. Apenas quedaba un mínimo resquicio que, a forma de estrecha senda, permitía el movimiento dentro de la estancia. Los envases, apilados contra las paredes, daban al lugar la impresión de provisionalidad de los días previos a una partida o del desorden del recién llegado que aún no ha tenido tiempo de desembalar sus pertenencias. La mayor parte de las cajas permanecían cerradas; sólo algunas se habían abierto tímidamente para dejar ver un contenido que parecía intacto. En las etiquetas adheridas en los costados se podía leer la fecha de compra, que en muchos casos se remontaba varios años atrás. Llamaba la atención la escasez de muebles, aparentemente desparejados, como piezas sueltas adquiridas en un saldo. En las restantes habitaciones los muros de paquetes se levantaban casi hasta el techo, frágiles, abocados a derrumbarse sin remedio con el más leve contacto. El aire en el interior de la casa era denso, cargado de una fetidez que se volvía más intensa cuanto más se penetraba en aquel laberinto de cartones. No debieron indagar demasiado para encontrar el origen. Dentro de la bañera hallaron el cuerpo sin vida de Martín T. Sólo su cabeza, en avanzado estado de descomposición, emergía de un líquido oscuro, mezcla de agua y sangre coagulada. 

En el vecindario de la calle Las Américas todo el mundo consideraba a Martín T. un consumado deportista, y eso que nadie le había visto correr nunca, ni siquiera los diez minutos diarios que las empresas de sanidad incluían como clausula obligatoria para rebajar el precio de los seguros médicos. Habían llegado a semejante conclusión inducidos por las apariencias, pues las pocas veces que Martín se dejaba ver en público, lucía siempre chándales de colores llamativos, sudaderas, camisetas con emblemas de alguna universidad norteamericana y zapatillas de las que sólo utilizan los amantes del running. Lo creían uno de esos tipos anticuados, atleta doméstico, que practican ejercicio sobre una de esas desfasadas cintas de correr que tanto desaconsejaban ahora los expertos. Según el Dr. L.M. Gottlieb: correr, además de un sano ejercicio, debe suponer una experiencia sensorial. En el mismo sentido, Stuart Gordon, primer ganador de la decamaratón, consideraba que la cinta de correr era a la masturbación, lo que correr al aire libre era al sexo. Tal afirmación, muy aplaudida en los círculos deportivos, le costó, sin embargo, la denuncia de varias asociaciones de onanistas que consideraban este comentario un insulto a sus más profundas convicciones. El caso de Martín T. parecía claro: debía de tratarse de esa clase de gente que se aferra tozudamente al pasado.

A pesar de esta creencia general, Martín T. no era en absoluto deportista. Ni siquiera aficionado. No disfrutaba jamás del ejercicio ni se entretenía viendo cómo otros lo practicaban. En realidad, odiaba el deporte, y era precisamente este intenso rechazo el que lo condenaba a lucir siempre el aspecto inconfundible del que ha hecho de la actividad física un pilar básico de su existencia. Todavía debieron pasar algunos años antes de que el eminente neurólogo, el Dr. Wainberg descubriera que este extraño comportamiento que afectaba a uno de cada diez millones de habitantes, se trataba del SDI o Síndrome del Deseo Inverso, que, en los individuos afectados, provocaba que los impulsos cerebrales que se asocian a la atracción y al rechazo estuvieran intercambiados.

Martín T. nació como cualquier niño normal. Pesó tres kilos quinientos cincuenta y tres gramos, libre de enfermedades conocidas y con los cinco sentidos en perfecto funcionamiento. Tan pronto le fue cortado el cordón umbilical se le implantó, como era obligado, el chip con el que pasaba a formar parte de la sociedad y en el que a partir de ese momento quedarían registrados todos sus datos.

El chip había sido invención del científico ruso Igor Mendeliev hacía ya a más de un siglo. Implantado en el cerebro este minúsculo artefacto no más grande que la cabeza de un alfiler, además de almacenar información básica del individuo, como su historial médico, las cuentas bancarias o las distintas claves de acceso a entidades privadas, analizaba los impulsos eléctricos cerebrales asociados a las emociones, pudiendo así identificar las apetencias más íntimas del portador. Este avance, como era de esperar, había supuesto una revolución en el ámbito del consumo, lo que le valió a Mendeliev el premio Nobel de comercio. Desde su masiva introducción, el simple hecho de ver un objeto era suficiente para que el dispositivo determinara si era del agrado del consumidor, si realmente quería comprarlo y en caso de que así fuera adquirirlo automáticamente. Los diez primeros años de vida, esta función no estaba operativa. Durante este período el dispositivo se familiarizaba con la actividad cerebral del individuo, reconociendo las transmisiones sinápticas asociadas a sus gustos. Al llegar a la fecha del décimo cumpleaños la función comprador se activaba y el niño, acompañado de sus padres, era llevado al consumarium, un lugar que recordaba a los antiguos centros comerciales, donde el proceso de iniciación se completaba con una primera compra. Sólo en estos lugares, exclusivos para dicho ritual, los productos se exponían físicamente, colocados en enormes estanterías que brillaban bajo luces cegadoras.

Para Martín T. el día de su iniciación fue triste y desconcertante. Como los demás niños recorrió aturdido los largos corredores abiertos entre las inmensas paredes de cajas apiladas, fascinado por la abundancia, por las luces centelleantes, por la avalancha de colores. Todos los iniciados salían de allí con un paquete bajo el brazo y una sonrisa complaciente, satisfechos por saberse parte de un mundo que acababa de abrirles las puertas. Sin embargo, Martín T. sostenía en una gran bolsa de plastigetal un equipaje completo de hardball que incluía la aparatosa y contundente pala. A las miradas cómplices de sus padres, que intentaban compartir su alegría, él trataba de responder componiendo una forzada mueca de felicidad que ocultara la extraña sensación de no haber entendido nada de lo que acababa de suceder. Hacía únicamente unos minutos, la simple visión de aquel equipaje le había hecho experimentar un temor que no le era desconocido. Se topó con él en la sección de deportes, a la que había llegado al doblar uno de los interminables pasillos que atravesaban el gigantesco recinto. Colgaba de una percha, como una mancha roja en la que destacaban dos cifras en blanco, las mismas que lucía en sus partidos la estrella local. Por un momento creyó que aquella indumentaria iba a cobrar vida y abalanzarse sobre él, reproduciendo la aciaga mañana en la que, M. S., el chico más fuerte de su curso, que lucía el mismo dorsal en su equipaje rojo, le abrió una brecha en la cabeza de un palazo. Aquel incidente se saldó con varios puntos de sutura y la reprimenda de sus padres por no haberse ajustado bien el casco. Ahora, no sabía exactamente cómo, se dirigía a casa con una idéntica equipación bajo el brazo. 

Ésta no fue sino la primera de muchas pesadillas. Durante los siguientes años, cada vez que hizo alguna compra, recibió en su casa paquetes que contenían objetos que no sólo no eran de su gusto, sino que odiaba profundamente. La primera reacción de sus padres, ante sus suplicantes quejas, fue la de acusarle de caprichoso. Como las protestas no cesaban, consultaron la opinión de varios psicólogos que, tras largos y costosos tratamientos, diagnosticaron unánimemente que el chico estaba tratando de llamar su atención. Sólo después de verle llorar amargamente, de asistir horrorizados a la violencia con la que destrozaba todo cuanto había adquirido por su cuenta, contactaron con la empresa que comercializaba el chip y tras no pocos trámites, lograron ser recibidos. Según los técnicos el dispositivo era efectivo al 99,999999 por ciento, y hasta los más pequeños errores eran detectados en la planta de producción durante los tests de fiabilidad. Después de un concienzudo análisis, no se encontró ninguna anomalía en el comportamiento del chip. El siguiente par de semanas la función de compras permanecería desactivada, momento en el que la unidad realizaría un proceso de autoajuste. Durante este período Martín T. pudo volver a caminar tranquilamente por las calles, observando sin temor los enormes paneles comerciales donde se anunciaban los más diversos productos: los últimos modelos en coches autodirigidos, traductores caninos, cremas vaginales para eliminar los óvulos y espermatozoides portadores de enfermedades, alopecia, celulitis, piel grasa o penes y pechos de pequeñas dimensiones, viajes virtuales al Antiguo Egipto, ataúdes biplaza para compartir gastos en el último viaje, etc.

La mañana en que el chip se volvió a activar, pensó en lo primero que se compraría: un reloj. Sería inmenso, de dos metros de diámetro, tal vez. Lo colgaría en la pared de su habitación. Le fascinaba el movimiento incansable del segundero destilando los minutos con sus pequeños pasos, recordándole todo el tiempo que había perdido y que desde ahora mismo se había propuesto recuperar. Todavía echado en la cama, la pantalla virtual se proyectó en el techo de su cuarto. Comenzó entonces una sucesión de imágenes en la que desfilaron los relojes más espantosos. Compra finalizada. La serie de hologramas se había detenido en un reloj de cuco del tipo Jagdstück, con motivos de caza labrados en la madera. Los técnicos de mantenimiento le aseguraron que en pocos días el chip terminaría por ajustarse. Durante algunos meses le dieron largas, con vagas promesas sobre futuros arreglos, hasta que cansados de sus continuas reclamaciones le dijeron que ya no podían hacer nada más por él. El dispositivo operaba correctamente. Sus padres, también hastiados de sus protestas, lo dejaron por imposible. Se habían resignado a aceptar que su hijo era un excéntrico. Si el chip funcionaba bien, a cuenta de qué los sombreros de copa, los pantalones a cuadros, la cabeza de alce disecada, la cama que imitaba un coche, los diez volúmenes sobre la vida de las Santas Brígida y Anunciata, la figurita de porcelana del pastor tocando el caramillo … Mientras sus padres vivieron, por más amargas que resultaran sus lamentaciones, todo cuanto compró terminaba expuesto en su habitación. A ver si así aprendes. Este periodo se prolongó a lo largo de varios años, hasta la fatídica noche en que sus progenitores, celebrando sus bodas de plata, fallecieron accidentalmente por una sobredosis de Orgasmatrol potenciada por un brownie de marihuana. Por fortuna, dentro de la desgracia, esa combinación exacta de sustancias estaba contemplada en la póliza de seguros que sus padres habían contratado, por lo que a partir de aquel momento ya no tuvo que preocuparse nunca más por cómo iba a ganarse la vida. 

El resto de sus problemas seguía atormentándole. Le pesaba la soledad. Echaba de menos las continuas discusiones con sus padres cada vez que llegaba un paquete y le recriminaban que hubiese comprado una colección de dedales, una cubertería de color rosa o un recipiente para la leche con forma de vaca. También tenía necesidades que no sabía cómo solventar. Recurrió entonces a LoveToy la empresa líder en el sector de la compañía artificial. Producía por encargo figuras humanas, tanto hombres como mujeres, reproducidas hasta en los detalles más insignificantes siguiendo los deseos del cliente. Además de esta meticulosidad, lo que hacía de este producto el mejor del mercado, era el material que se empleaba en su fabricación, un nuevo polímero que imitaba casi idénticamente la piel humana. Una vez en la página de LoveToy, el chip recogía las respuestas del cliente a la minuciosa sucesión de imágenes que configuraban una especie de elaborado cuestionario. Finalizado el proceso pensó que, en el peor de los casos, fuera cual fuera el resultado siempre sería mejor que estar solo. La llamaría Kore. Cinco días después tenía en el salón de su casa el embalaje que contenía a su compañera. Tumbada, la caja tenía el tétrico aspecto de un ataúd, así que decidió ponerla en pie antes de retirar la tapa. Cuando el cajón estuvo abierto y contempló a la mujer, se sintió abatido. Frente a él se hallaba la imagen de un fantasma que solo había visto en viejas fotografías. Todo en aquel rostro, la forma de la mandíbula, la expresión de los ojos, la misma curvatura de los labios, más que recordar a los de su madre, podría decirse que eran los de ella; casi una réplica exacta de cuando tenía veinte años. Sin llegar a sacarla de la caja, volvió a colocar la tapa y la enterró en el jardín trasero, bajo la morera donde su madre solía leer todas las tardes hasta que comenzaba a declinar el sol.
Cada día se sentaba frente a un cuenco de porcelana blanca repleto de hojas de lechuga, radicchio, escarola y otra verdolaga insípida aderezada con vinagre de manzana que él hubiera cambiado gustosamente por un solomillo que sangrara con el corte del cuchillo. De segundo, hamburguesa de tofu, y gelatina de fresa o un yogur con sabor a coco para el postre. Únicamente podía comer a su gusto cuando lo hacía en los restaurantes, que acabó por no frecuentar debido a las molestas miradas de desaprobación que inspiraba su colorido atuendo.

Intentó encontrar soluciones en la medicina convencional, y cuando ésta falló, también lo hizo en las prácticas alternativas. Se sometió a hipnosis, acupuntura, acudió a clases de pranayoga que impartía una vecina, pero tras aquellas sesiones sólo tuvo la desagradable sensación de haber perdido el tiempo. Las compras se siguieron sucediendo, y a cada fracaso respondía él con una devolución inmediata. Paulatinamente las empresas, le pusieron cada vez más trabas para recoger los encargos rechazados y cansado de luchar contra la burocracia terminó por quedarse con los paquetes que rara vez llegaba a abrir.
Una mañana, cuando aún estaba en la cama oyó el timbre. Con desgana se atusó el pelo, se vistió con un albornoz de lunares y fue a abrir la puerta. Era un repartidor. Junto a él, dos tipos sudorosos con el resuello entrecortado, esperaban órdenes junto a una enorme caja. Se trataba, según el albarán, de una gran pecera con forma de piano de cola ¿Dónde la dejamos? Martín T. echó un vistazo hacia el interior de la casa y vio que no había espacio para nada más. Déjenla ahí, y cerró la puerta. De camino al baño se fue desprendiendo de la ropa, y ya sumergido en el agua teñida de rojo, escuchó por última vez el desagradable sonido del reloj de cuco.

jueves, 12 de mayo de 2016

ARNAU PONS en la UPV el miercoles 25


La 3D de acceso

Siempre se paraba a ver aquella 3D a la entrada del centro de Inteligencia Redwind. Los ojos, la expresión, el movimiento de la cabeza al esperar a su compañero. Transmitían una fuerza abrumadora con tan sólo unos segundos. Era todo lo que se podía recrear a partir de una grabación. La 3D era la forma actual de guardar recuerdos. Un calco exacto de una escena, reflectada en la mente al mirar un punto. Arte. El problema de las reproducciones antiguas era su reconstrucción. La reproducción digital carecía de profundidad y claridad. A partir de ese movimiento almacenado junto a sus facetas de luz y color se podía recrear una 3D. Con colores resolutivos, líneas en diferente fase y alternativas en frecuencias se  mostraban un arreglo que desafortunadamente marcaba su falta de autenticidad.
A pesar de ello, ese recuerdo histórico e infravalorado a Joahna BlackEye le hipnotizaba. Esa mirada, real. Ese asentimiento con Casco espacial en mano. Único. La escena no era excepcionalmente  particular ni históricamente importante. De hecho era tachada por los más neopacifista de imperialista y bélica. La ingeniera de comunicación veía mucho más. El inicio del Imperio. El primer vuelo galáctico pilotado que salió del sistema. Incluso atacó una base enemiga destruyéndola. Con tan sólo un caza y un transporte de carga. Épico en aquel tiempo.

La 3D mostraba a los dos pilotos. Skylight y Redwind. Piloto y navegante. La imagen fue tomada antes de entrar en la nave de ataque ligero modelo Artham RP1. Skylight parece esperar a su navegante. Joahna se imagina las palabras, las voces. Como Redwind se excusa indicando que estaba recibiendo instrucciones. Pero en ese momento, cuando Skylight parece haber escuchado a su compañero, muestra un reflejo de preocupación, de temor, de destino. De no estar seguro de su futuro cercano. De tener todas las ordenes claras, transito, funcionamiento, objetivos. Pero de creer que hay un factor que sólo una fuerza exterior puede guiar.

Ese mismo sentimiento tiene Joahna BlackEye ese mismo día. Su descubrimiento puede haber estado guiado por la misma mano. La mano que cambiará el Imperio, que transformará la galaxia.    

DEL 600 AL BMW

Como consecuencia de la posguerra y del cierre de fronteras al que nuestro país estaba sometido a causa de la dictadura, la industrialización fue un proceso tardío en España. Sería ya en los años sesenta cuando comenzó a vislumbrarse cierta expansión y fue entonces cuando la sociedad comenzó a conseguir un cierto nivel económico que, aunque precario comparado con otros países de Europa, permitió a un gran número de ciudadanos conseguir determinados bienes impensables diez años atrás.

Esto se debió a la apertura de mercados extranjeros por el fin de la autarquía, energía, materias primas y mano de obra abundante generada por el éxodo del campo a la ciudad y por la incorporación de la mujer al mercado laboral. Todo ello a bajo precio, proporcionando grandes cambios en la producción y beneficios para los empresarios. El precio de los alimentos también se abarató. Y pese a que los salarios eran bajos, todos estos factores propiciaron nuevos hábitos en la población a la hora de consumir que repercutirían en el crecimiento económico. Poder adquirir una vivienda en propiedad, tener el ansiado Seat 600 e incluso poderse permitir la compra de una segunda vivienda, comenzó a ser algo normal en un gran número de familias de “la nueva” clase media. Y este estado de bonanza continuaría e iría a más. Pasamos de la cartilla de racionamiento, a poder conseguir casi de todo en los establecimientos de todo tipo cada vez eran más florecientes; del mercado al súper y de la mercería a los grandes almacenes.

Los noventa supondrían un cambio radical para el país a la hora de consumir. Comienza tambien un crecimiento económico vertiginoso sustentado en la construcción (el ladrillo se convierte en el oro del siglo XX) que como bien es sabido, arrastra tras él a un gran número de profesionales de muchos sectores a los que todo les va a la perfección. Gran parte de la población, deslumbrada por la facilidad con la que se pueden conseguir las cosas, empieza a comportarse y a vivir peligrosamente. Los bancos dan créditos sin contemplar riesgos, con los que tú te podrás comprar piso, coche, moto y si te insisten un poco hasta un barco. ¿Si podrás amortizarlo? No es su problema. Solo tienen que vender el producto.

Muchos jóvenes comenzaron a abandonar sus estudios para trabajar en la construcción. Un peón cobraba más que cualquier licenciado y con el primer sueldo, pues un BMW, ¿para qué iban a ir con tonterías? Y tú mirabas desde tu ventana atónita lo que estaba ocurriendo, pensando adónde nos llevaría semejante despropósito. Sabiendo con certeza que te iba a salpicar de una u otra forma aunque te mantuvieras al margen y no pudieras hacer nada por remediarlo.

Los años pasaban y seguíamos viviendo como Alicia, en el País de las Maravillas, hasta que llegó aquel fatídico año, el 2007, cuando la crisis nos sacudió a todos. Aunque aquí seguíamos negando la evidencia y no queríamos reconocer que lo habíamos hecho mal, muy mal. 

Aumento en los tipos de interés, desempleo. La gente no podía pagar sus préstamos, las viviendas no se vendían pero intentaban mantener los precios, al final se vieron obligados a bajarlos. Pero ya no había quien los comprara, la banca cerró sus grifos. Esto provocó que empresas promotoras y constructoras se declarasen en quiebra. Que empresarios de diversos sectores dependientes de una u otra forma de este negocio se vieran obligados a bajar sus persianas y que nos viéramos metidos de lleno en un bucle del que nos vemos incapaces de salir por más recortes sociales, salariales y subidas de impuestos a los que nos sometieron. Mientras, la corrupción campaba a sus anchas por “la piel de toro”. Dicen que estamos saliendo del pozo, pero yo solo puedo ver un futuro lleno de agujeros negros.

World Building. Descripción de una obra artística del mundo

EL ORIGEN DEL MUNDO


Provocadora, rompedora, audaz, tentadora, sensual, erótica, cualquiera de estos apelativos podría definir esta obra. Un  desnudo diferente a cualquiera de los pintados hasta entonces. Realiza una descripción detallada del sexo femenino. Un lienzo al que nunca deberíamos catalogar como pornográfico o darle ningún otro  tipo de apelativo obsceno, que pueda denigrarlo puesto que no era esto lo que pretendía Coubert cuando lo pintó.  Pretendía llamar la atención resaltando la sexualidad pero como algo anónimo e individual, como algo que nos pertenece pero que sin embargo compartimos, voluntariamente. Y eso es lo que él hace, compartir  la sexualidad de su amante con el resto de la humanidad de forma altruista como un acto generoso. Esta mujer  sin rostro representa el origen y al mismo tiempo al resto de las mujeres. Nos muestra el sexo femenino en posición relajada, en todo su esplendor, sin tapujos, como verdaderamente es, sin la necesidad de tener que avergonzarnos de él, presentándonos  la vulva, el vello púbico, como un gran campo a punto de ser sembrado, fértil, delicado, pintado con trazos finos y suaves, utilizando un gran abanico de colores empezando por los castaños y marrones más oscuros para terminar con el negro cerrando así ese círculo cromático. El resto del cuerpo también está tratado con maestría combinando ocre, siena, beis y durazno que da ese aspecto tostados pero a la vez tan natural a la piel de la mujer, hasta el punto que parece que podamos acariciarlo. Pero no debemos abandonar los colores nieve, lino o blanco que junto con los grises dan forma a la sabana que la envuelve como en un abrazo, derrochando una técnica colorista y luminosa utilizando pinceladas amplias y firmes, dándole un aspecto natural  que hace pensar que lo que tenemos delante es tan real que podemos tocarlo. La técnica es totalmente innovadora y revolucionaria, coloca el cuerpo de forma diagonal ignorando: cabeza, brazos y piernas de forma deliberada. Encuadra y enfoca en el punto exacto al que quiere llevar la vista del espectador, como si lo hiciera con un objetivo dotando a la obra de un aspecto fotográfico, no visto hasta entonces.

viernes, 6 de mayo de 2016

Efimérides


1.
Desde el interior de la esfera de luz que le mantenía vivo podía escuchar con claridad el parlamento de los voceros. Precedidos de fanfarrias y timbales anunciaban el gran acontecimiento. El eco de sus palabras rebotaba líquido en las fachadas azules de los edificios extendiéndose por toda la ciudad.
Se aproximaba la gran efiméride de la segunda estación. La ciudadanía se mostraba como se esperaba de ellos, agitada. En público no se hablaba de otra cosa. Animados corrillos se formaban aquí y allá. Al fin y al cabo quién quisiera, y se lo mereciera, encontrar una burbuja desde la que observar el esperado fenómeno debía apresurarse. Este año tendría lugar en el desierto del Sur. En el límite meridional de la zona de vida. Una explanada infinita alrededor de la cual se estaban depositando unos cuantos racimos de cómodas burbujas desde las que una pequeña multitud de afortunados podría vivir el momento. El resto se conformaría con verlo reflejado en los bajos techos de sus habitáculos. El resto del resto esperaría encerrada a que les dejaran volver a las calles.
Sea como fuera, todos dejarían escapar al unísono un oh de esperanza. Una esperanza puesta en aquellos seres que surgirían por millares desde el subsuelo reseco. Una sincera exclamación acompañaría al gran nacimiento. Incontables torbellinos de arena roja se elevarían hacia el cielo espejado en un espectáculo sin igual. El espacio se llenaría durante unos segundos de seres en los que alguno encontraría un rasgo familiar. Otros, sin embargo, creerían apreciar en ellos algo especial, un signo de que allí podría estar la cura al Gran Mal. Solo unos pocos mirarían al suelo ocultando su rabia.
Los seres alados se unirían fugazmente en el cielo formando una gran nube que por un momento apagaría el inmisericorde brillar sincopado del sol distante. Se alejarían tanto como tardaran en caérseles las alas. Unos minutos y el espectáculo habría acabado. Empezarían entonces las especulaciones y las apuestas.

2.
Sabía que siendo funcionario no asistir a la gran eclosión tenía consecuencias. Lo que no conseguía imaginar era qué podría sucederle esta vez ¿qué le iban a hacer si incurría en la misma falta por segunda vez? ¿Qué podía ser peor que ser enviado a los extraplanetas?
Ocupaba su cabeza con estas ideas mientras intentaba recordar donde había dejado el collarín negro que le identificaba como un retornado. No podía presentarse en la burbuja del departamento sin esa marca. Todos allí sabían de su falta. El collarín en realidad señalaría a todo el que se le acercara demasiado.
Había cumplido los tres ciclos de castigo confinado en los límites del Negro. Encerrado en la soledad de los experimentos globales en los planetas en el tercer estadio de desarrollo. En aquella ocasión su juventud le había servido de atenuante. Pero ahora ¿programarían su final? Seguramente.
Al principio el tiempo pasó rápido. Las labores de siembra y reorientación en los extraplanetas eran intensas y le mantuvieron ocupado. Descender entre una multitud de especímenes postrada esperando instrucciones resultaba curioso y no siempre exento de peligro. Le gustaba notar la electricidad activando sus músculos. El escozor de la adrenalina. Inocular el conocimiento oportuno en alguno de aquellos clones auto-aleatorizados y observar la cara del resto le producía una sensación difícil de describir, en cualquier caso positiva anotaba en sus informes. Le fascinaban aquellos seres primitivos. Su tendencia a idolatrar a cualquier cosa que no entendieran. La atracción irracional hacia las cosas brillantes. Sus taras cognitivas que les impelían a arriesgar la existencia surcando mares, subiendo montañas, imitando a seres alados,… Pero, sobre todas las cosas, se sentía atraído por su reproducción. La manera de aparearse, sus aullidos y gruñidos, los ojos perdidos, el violento frenesí de sus movimientos,… era a la vez tan brutal y tan salvaje.
Pasaba días enteros camuflado bajo las formas más absurdas observando a aquellos seres aparearse en los sitios más inverosímiles, en la parte trasera de un viejo módulo de desplazamiento, en la oscuridad de una habitación, en un aliviadero. Allá donde les asaltaran sus instintos más básicos. Viéndolos morderse, lamerse, penetrarse nadie diría que tienen algo que ver con nosotros.
Pero eso duró poco. Al final tenía la sensación de haber pasado la mayor parte del tiempo haciendo tareas rutinarias. Tomando muestras, haciendo análisis y cumplimentando formularios. Era una labor ingrata y carente de alicientes. Aunque no le desagradaba el contacto con los habitantes de aquellos planetas, los seres capturados, al tenerlos cerca resultaban repugnantes. Versiones primitivas e inacabadas de nosotros que olían fatal. El hedor le resultaba insoportable. Sus reacciones al ser capturados eran de lo más desagradables. Emitían sonidos y componían caras extrañas. Liberaban fluidos pestilentes por todos los orificios, incluso a través de la exodermis oscura y recubierta de bello. Algunos, cuando se encontraban en la mesa de inspección, eran capaces, incluso de segregar un líquido salobre y transparente por los ojos. Aquellas malfunciones eran una constante en los experimentos globales.

3.
Repasó una vez más los datos del efímero que mantenían en la sala. Lo normal era que en una semana hubieran completado los análisis y positivado de las mutaciones favorables observadas. Cada vez se producían menos. Esta vez habían sido sólo dos. Además, una vez aisladas apenas eran pequeños avances en capacidades físicas que si bien nos acercaban un poco a las máquinas de nada servían frente al Gran Mal.
Sin embargo con este espécimen el departamento andaba alborotado, desconcertado incluso. Pasaban los días y no daban más que con preguntas. Habían venido a verlo desde arriba y ahora tenían a dos azules supervisando todo lo que hacían.
A entender de todos aquél efímero se comportaba de una manera totalmente desconocida. Sus ondas cerebrales, las expresiones de su cara, los ojos perdidos, la impedancia de su piel,… Todo se escapaba a lo observado hasta el momento. Nadie parecía entender que significaba aquello. No tenían idea tan siquiera de en qué parte de qué cromosoma o en que paso del proceso de descodificado, de réplica o de multiplicación quizá, se había dado la mutación que mantenía a aquél pobre diablo perdido, desorientado. Su ritmo cardiaco se aceleraba sin causa aparente. De repente respiraba fatigado, como si le faltara el aire. A veces se veía un brillo, una dilatación desconocidos en sus ojos. Otras su cara se deformaba por una boca exageradamente abierta y arrugada en la frente y las mejillas. Emitía un aullido largo y agudo que recordaba a las planicies del norte.
Él miraba los datos y las imágenes simulando el desconcierto que en el resto de sus compañeros parecía sincero. No entendía la sorpresa general. Había visto ese comportamiento. Estaba seguro de que todos los que llevaban collarín negro estaban familiarizados con esas caras, con esos gritos. Era difícil olvidar la mirada de un espécimen a punto de ser diseccionado.
Eso le desconcertaba. Pero la prudencia le recomendaba silencio. Cualquiera que hubiera vuelto de los extraplanetas conocía todo aquello. Arriba debían tener miles de informes describiéndolo en los seres primitivos. Desde el primer estadio de desarrollo, al poco de la siembra, los individuos mostraban los mismos síntomas. Al caer un rato, al temblar la tierra. Se observaba sobre todo en los de mayor edad al acercarse el final. Y eso que sus finales no eran programados. Pero allí en el laboratorio nadie decía nada.
Se rumoreaba que Arriba estaban preocupados. Pero, si era una mutación negativa ¿por qué no la habían eliminado como siempre? En algunos círculos se decía que aquella mutación lo cambiaba todo.
Observaba al efímero. Le habían dejado fuera de la esfera. El pobre ser permanecía agazapado en un rincón con la mirada perdida en el techo de la sala. Sus labios temblaban. Una gota de líquido rebosó sus ojos rodando por la mejilla.

4.
Se anunciaba un nuevo nacimiento. Eso quería decir que habían pasado entonces ya casi seis meses desde que él había eclosionado desde el fondo de un lecho de polvo rojo en el desierto inerte. Había conseguido llegar al confín norte de la franja habitada. Allí compartió sus días con una compañera de enormes ojos negros. A los tres meses casi todos habían muerto. Así estaban diseñados. Sólo sus dos compañeros de sala y él habían sobrevivido.
Al principio estaban los tres en una misma sala. Un espacio diáfano en el que no había nada. Solo estaban ellos. Cada uno en su esfera luminosa de la que salían hebras de luz de diferentes colores. Desaparecían a través de la pared de enfrente. A veces se oían ruidos aislados, voces, incluso una música lejana. Pero desde que les capturaron no habían visto a nadie más. Entre ellos no podían hablar. Lo había intentado pero su voz no conseguía salir de la esfera.
Un día abrió los ojos y se encontró solo, en la misma sala, en la misma esfera, en el mismo silencio ahora roto por los voceros. Sus compañeros habían desaparecido. Ellos habían llegado con unas mutaciones que podían ser de utilidad en la carrera contra reloj en la que estaba inmerso el mundo y pronto habían cumplido con su destino. Pero lo suyo, aunque él no lo supiera, era mucho más extraño.
Al poco de nacer, nada más perder las alas y caer en medio de una llanura tapizada de ceniza azulada, supo que en tres meses moriría. Vivía en completa libertad. Una libertad vigilada por las biotrazas que emitía cada una de las células de su cuerpo, pero libertad al fin y al cabo. Que tenía fecha de caducidad apareció de repente en su cabeza. Se lo quiso contar a su compañera pero ella se limitaba a mirarle con sus ojazos, sonriendo muda, inmóvil. Él se quedaba triste mirando las piruetas de las lunas. Ella le acariciaba la cabeza con sus dos pequeños dedos. A medida que había ido pasando el tiempo una cierta angustia había ido creciendo en su interior. Se hacía preguntas para las que no tenía respuesta, su pulso se aceleraba, su exodermis se humedecía desde dentro. La conductividad eléctrica de su cuerpo se alteraba. A medida que se acercaba su fin se le hacía más difícil dormir, moverse,…
Un día aparecieron unas esferas azules. Desde el interior de una de ellas pudo ver como sus compañeros iban acabando. Caían fulminados desintegrándose antes de tocar el suelo. Luego despertó en esta sala.

Ahora sabía que su vida duraría mientras fuera consciente de su muerte.